EL
DERECHO CARA A CARA
Orlando Gallo
El Derecho está en las leyes,
en las sentencias, en los actos administrativos. Por la pirámide kelseniana
sabemos que está además en el comparendo que nos impone un guardia de tránsito
y en el gesto con el que un agente de policía nos niega el ingreso a algún
espacio público. Es el Derecho con el que se topa el ciudadano del común.
Para quienes lo tenemos como
profesión, resulta ser mucho más que eso y abarca un gran tramo de nuestra vida.
Son los condiscípulos con quienes compartimos las extenuantes jornadas
enfrentando áridos textos sobre títulos valores o hacienda pública y la
paulatina apropiación de unos conceptos que desde las aulas comenzaron a
permear toda nuestra rutina. Es la amistad que pervivió en el tiempo, a pesar
de los diversos caminos que cada uno pudo tomar, bien fuera la academia, la
judicatura, el sector privado, el público o el litigio independiente.
En ese diario quehacer de los
abogados prevalece el debate, la sugestión, el ejercicio argumentativo. El
lenguaje desplegado como ajedrez, como esgrima, como plegaria incluso. Y aunque
en muchos aspectos ese ejercicio ha obrado de modo escritural, siempre ha
subsistido un espacio para el cara a cara, así sea en una taquilla o en la
baranda de un juzgado. Y ese cara a cara ha podido incluir un saludo, una
sonrisa o incluso una imprecación. En todo caso, ha sido la interacción de
seres de carne y hueso que comparten un café mientras salen las fotocopias o
indagan por la salud de algún familiar mientras discuten un proyecto de
sentencia.
En mi prolongado periplo por
el ejercicio independiente, antes de arribar a la rama judicial, me crucé con
una gran cantidad de colegas y de empleados judiciales, no sólo en el tiempo
que duraba una audiencia, sino sobre todo en el que transcurría antes y
después, allí donde el tema podía ser el equipo de fútbol preferido o la
situación política del país o, más frívolamente, la belleza de la muchacha que
pasaba. Así forjé amistades y también, cómo no, corteses antipatías.
Por eso me resisto a creer que
este presente de asepsia y distancia sea lo que nos espera para siempre. Que mi
hija, apenas iniciándose en estas lides, seguirá manejando sus procesos y el
diálogo con sus clientes a través de correos electrónicos y sesiones de Teams,
sin darse la mano con su contraparte tras un disputado pleito ni lanzarle una
mirada victoriosa a ese fatuo abogado que la subestimó en las primeras de
cambio por su juventud o inexperiencia.
Hemos dado el salto a la
virtualidad, lo que parece no tener reversa y seguramente podrá contribuir a
agilizar muchos trámites, pero yo sí deseo que, superada la pandemia, el
tráfico jurídico también recupere su escenario natural: los estrados y los
pasillos judiciales.
Comentarios
Publicar un comentario